El efecto Eurojúnior
Lo primero, citar las fuentes: desarrollo este post a raíz de un comentario del joven escritor Alfredo Álamo en su blog Los monstruos felices.
Hay costumbres que nunca dejan de estar de moda: la prenda roja en las bodas, el roscón de Reyes y la mardita manía de querer publicar al autor más joven, independientemente de su valía literaria. Lo llamo efecto Eurojúnior porque a lo mejor es un referente más universal (¿quién no ha tarareado el "Antes muerta que sencilla" de María Isabel?); pero lo podría haber llamado efecto Joselito, o efecto Marisol, y se entendería igualmente. La mecánica es la misma: búscate a un autor cuyo mayor (¿único?) argumento de venta sea la edad, y promociónalo, promociónalo y promociónalo.
En mis años mozos, el asunto estaba claro: un joven autor tenía unos veintipocos años, y por algún motivo teníamos que conectar con ellos, al sentirnos identificados por su temática generacional. Claro, aquello era contraproducente en según qué casos, porque ahí andaba uno, veinteañero en los últimos cursos de carrera, viendo cómo compañeros de orla saltaban al estrellato. Además, cada grupo editorial apostaba por su autor joven: Planeta, por José Ángel Mañas (y las Historias del Kronen); Random House, por Ray Loriga (y Héroes). Después, más editoriales se apuntaron al carro de la generación Kronen, o de los jóvenes valores, y los premios empezaron a llevárselos jóvenes valores como Pedro Maestre (y Matando dinosaurios con tirachinas) o Ismael Grasa (con De Madrid al cielo), y los más vendidos empezaron a ser Juan Manuel de Prada, Lucía Etxebarría y Espido Freire, todos ellos ganadores del premio Planeta en sus veintitantos o treinta y pocos.
Hasta que llegó Montesinos y zanjó el tema, publicando una novela, Muertos o algo mejor, de Violeta Hernando, que, aparte de ser muy Generación X y muy Generación Kronen, tenía homenajes a Christina Rosenvinge, fue apadrinada por Ray Loriga y resultó que estaba escrita por una chica de catorce años. Y ni siquiera era mala; es más, era mejor que algunas de las novelas que triunfaban.
Uno, que creía que lo de descubrir jóvenes valores estaba muy bien, pero que básicamente debía circunscribirse al tenis, la natación, la gimnasia artística y los telepredicadores, consideró aquella publicación como algo excepcional y se olvidó del asunto. Claro, te pasas la vida leyendo a poetas que a los treinta años ya lo habían dicho todo , escuchando canciones de gente que no había pasado de los veintisiete años (llámense Jimi, Janis, Jim o Kurt) o acojonándote con el récord mundial de natación que acaba de batir un armario de dos por dos y cara de niñ@ que luego resulta que tiene quince años, pero te llama la atención que un novelista formado y coherente pueda tener veinte años, o menos. Y, peor aún, que venda, que se hinche a vender.
Pero claro, después de la hornada de veinteañeros ultrarrealistas de los años noventa, llegaron los quinceañeros escritores de fantasía de la primera década del siglo XXI. Minotauro editó a Anselm Audley, que empezó a escribir su trilogía de Aquasilva con dieciocho años. Cuando estuvo en la Semana Negra de Gijón del 2003, parecía un muchacho imberbe (bueno, es que lo era), pero las cifras cantaban: era, después de J.R.R. Tolkien, el autor del catálogo de Minotauro que má ejemplares vendía.
Pero las ventas de Aquasilva no fueron nada comparadas con las del siguiente fenómeno teen: Christopher Paolini y su serie Eragon, recientemente llevada al cine. Paolini escribió la primera novela con quince años, y ya había publicado dos novelas con veintiún añitos.
Timun Mas acaba de editar War Boys, de Isamu Fukui, un quinceañero japonés que habla de la violencia en las escuelas y se marca una especie de distopía manga con muy mala hostia. ¿Battle Royale? Una mariconada, sin duda...
Sin embargo, como ocurrió con Violeta Hernando hace una década, la vuelta de tuerca al fenómeno la acaba de dar otra editorial española. Pa chulos, nosotros.
Según la siguiente noticia, Planeta acaba de fichar nada menos que a un autor de quince años, el malagueño Alejandro Santaella. Con quince añitos, ya le van a publicar una novela (Sebastián y el cetro de la vida, en Martínez Roca) y tiene apalabradas cuatro más. Eso de contratar obras futuras no lo veo yo muy legal, pero el chico promete: escribió esta obra con once años, y no le ha ido nada mal.
Así que ya sabéis, queridos lectores bodonianos: si tenéis hijos y veis que apuntan maneras, haced el favor de no mandarlos a cástings para anuncios, ni los apuntéis en la cantera de vuestro equipo de fútbol favorito: ponedlos a escribir trilogías. Éxito garantizado.
Hay costumbres que nunca dejan de estar de moda: la prenda roja en las bodas, el roscón de Reyes y la mardita manía de querer publicar al autor más joven, independientemente de su valía literaria. Lo llamo efecto Eurojúnior porque a lo mejor es un referente más universal (¿quién no ha tarareado el "Antes muerta que sencilla" de María Isabel?); pero lo podría haber llamado efecto Joselito, o efecto Marisol, y se entendería igualmente. La mecánica es la misma: búscate a un autor cuyo mayor (¿único?) argumento de venta sea la edad, y promociónalo, promociónalo y promociónalo.
En mis años mozos, el asunto estaba claro: un joven autor tenía unos veintipocos años, y por algún motivo teníamos que conectar con ellos, al sentirnos identificados por su temática generacional. Claro, aquello era contraproducente en según qué casos, porque ahí andaba uno, veinteañero en los últimos cursos de carrera, viendo cómo compañeros de orla saltaban al estrellato. Además, cada grupo editorial apostaba por su autor joven: Planeta, por José Ángel Mañas (y las Historias del Kronen); Random House, por Ray Loriga (y Héroes). Después, más editoriales se apuntaron al carro de la generación Kronen, o de los jóvenes valores, y los premios empezaron a llevárselos jóvenes valores como Pedro Maestre (y Matando dinosaurios con tirachinas) o Ismael Grasa (con De Madrid al cielo), y los más vendidos empezaron a ser Juan Manuel de Prada, Lucía Etxebarría y Espido Freire, todos ellos ganadores del premio Planeta en sus veintitantos o treinta y pocos.
Hasta que llegó Montesinos y zanjó el tema, publicando una novela, Muertos o algo mejor, de Violeta Hernando, que, aparte de ser muy Generación X y muy Generación Kronen, tenía homenajes a Christina Rosenvinge, fue apadrinada por Ray Loriga y resultó que estaba escrita por una chica de catorce años. Y ni siquiera era mala; es más, era mejor que algunas de las novelas que triunfaban.
Uno, que creía que lo de descubrir jóvenes valores estaba muy bien, pero que básicamente debía circunscribirse al tenis, la natación, la gimnasia artística y los telepredicadores, consideró aquella publicación como algo excepcional y se olvidó del asunto. Claro, te pasas la vida leyendo a poetas que a los treinta años ya lo habían dicho todo , escuchando canciones de gente que no había pasado de los veintisiete años (llámense Jimi, Janis, Jim o Kurt) o acojonándote con el récord mundial de natación que acaba de batir un armario de dos por dos y cara de niñ@ que luego resulta que tiene quince años, pero te llama la atención que un novelista formado y coherente pueda tener veinte años, o menos. Y, peor aún, que venda, que se hinche a vender.
Pero claro, después de la hornada de veinteañeros ultrarrealistas de los años noventa, llegaron los quinceañeros escritores de fantasía de la primera década del siglo XXI. Minotauro editó a Anselm Audley, que empezó a escribir su trilogía de Aquasilva con dieciocho años. Cuando estuvo en la Semana Negra de Gijón del 2003, parecía un muchacho imberbe (bueno, es que lo era), pero las cifras cantaban: era, después de J.R.R. Tolkien, el autor del catálogo de Minotauro que má ejemplares vendía.
Pero las ventas de Aquasilva no fueron nada comparadas con las del siguiente fenómeno teen: Christopher Paolini y su serie Eragon, recientemente llevada al cine. Paolini escribió la primera novela con quince años, y ya había publicado dos novelas con veintiún añitos.
Timun Mas acaba de editar War Boys, de Isamu Fukui, un quinceañero japonés que habla de la violencia en las escuelas y se marca una especie de distopía manga con muy mala hostia. ¿Battle Royale? Una mariconada, sin duda...
Sin embargo, como ocurrió con Violeta Hernando hace una década, la vuelta de tuerca al fenómeno la acaba de dar otra editorial española. Pa chulos, nosotros.
Según la siguiente noticia, Planeta acaba de fichar nada menos que a un autor de quince años, el malagueño Alejandro Santaella. Con quince añitos, ya le van a publicar una novela (Sebastián y el cetro de la vida, en Martínez Roca) y tiene apalabradas cuatro más. Eso de contratar obras futuras no lo veo yo muy legal, pero el chico promete: escribió esta obra con once años, y no le ha ido nada mal.
Así que ya sabéis, queridos lectores bodonianos: si tenéis hijos y veis que apuntan maneras, haced el favor de no mandarlos a cástings para anuncios, ni los apuntéis en la cantera de vuestro equipo de fútbol favorito: ponedlos a escribir trilogías. Éxito garantizado.
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