martes, 26 de febrero de 2008

¡Cómo ha cambiado el cuento!

Seguramente os sepáis el chiste.
Va Caperucita Roja por el bosque y el Lobo Feroz le sale al encuentro.
-¿Dónde vas, Caperucita? -le interpela, con voz melosa e hipócrita.
-¡A lavarme el chichi al río! ¿Passsa algo?
Y el lobo, cabizbajo y con las orejas gachas, se aleja de esa parte del bosque mientras reflexiona:
-¡Joder! ¡Cómo ha cambiado el cuento!
Reconozcámoslo: los niños ya no son lo que eran. Desde que Shin Chan les enseñó a enseñar la trompa, enseñar el culito culito y a pergeñar chistes procaces sobre los pimientos, no cabe la menor duda de que la infancia se ha picardeado notablemente. Y ahora, con la asignatura ésa de Educación para la Ciudadanía, a saber qué nuevos horrores nos deparará la educación de nuestros bebés. El futuro, en resumen.
Así pues: a nuevos tiempos, nuevos cuentos.
Por ejemplo, este que he encontrado navegando por Internet:

Me hago cargo de que es duro para un niño de cuatro años descubrir que nunca será astronauta, pero mejor que lo sepan desde pequeñitos. Porque, aunque ningún diseño curricular lo establezca, lo cierto es que la verdad curte. Mejor que se preparen para las grandes sorpresas de la vida. O para las pequeñas.

Y la búsqueda de la verdad debe ir más allá: a las mismas raíces de los mitos infantiles. Es necesario que un gran pensador lo cuente, con un tono didáctico pero firme. Y de ese modo tendremos unos niños preparados para leer grandes ensayos sobre Grandes Verdades:
Aunque también hay que prepararlos para los problemas del día a día, por mucho que duelan. El estilo debe ser directo: no hay que olvidar que los niños son tontos.
Aunque... ¡Un momento! Decididamente, en estas portadas hay algo que..., no sé..., no termina de convencerme. Un momento, que entre en la página en la que las he visto...
Ahí va, que es un fake. Se trata de un reto para lectores del blog, que suelen jugar con sus conocimientos de Photoshop para elaborar portadas imposibles de libros improbables. Hay que reconocer que algunas de ellas son fantásticas, y que captan a la perfección el espíritu de sus modelos, con lo que elevan la parodia a la categoría de arte. Una especie de Forrest Gumps de la ilustración infantil: a través de estas portadas, prácticamente podemos seguir la historia de los diseños de cubiertas de libros infantiles, desde principios del siglo XX hasta la actualidad.
El premio de los lectores recayó en esta escena del, por otro lado, presente por partida doble osito Winnie de Pooh. Bien mirado, resulta hasta enfermizo. Pero uno no puede dejar de especular con curiosidad sobre qué podría encontrar si el libro existiera realmente...

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