miércoles, 19 de marzo de 2008

Muere Arthur C. Clarke


Las letras y el futuro están hoy de luto por la muerte de Arthur C. Clarke. Se nos ha ido el optimista de la ciencia ficción, como lo define Jordi Costa en la necrológica que aparece en El País. Con él, prácticamente no queda vivo ninguno de los autores de la llamada Edad de Oro del género, los que produjeron las que siguen siendo las mejores obras de ciencia ficción, allá por los años cincuenta. De la primera línea de aquella quinta milagrosa ya sólo queda Frederik Pohl; si somos un poco flexibles con las edades, tal vez Brian W. Aldiss, pero en rigor pertenece a otra generación literaria, la posterior, la de la Nueva Ola.
Sin ser el mejor autor de los famosos Tres Grandes (los otros fueron Isaac Asimov y Robert A. Heinlein), Clarke era el más coherente. Supo crear un universo propio, racional pero lleno de sentido de la maravilla y de motivos para ser optimista. La ciencia y la tecnología eran instrumentos para alcanzar la felicidad global de la Humanidad, y no oscuras amenazas. Nunca recurrió a invasiones extraterrestres y, si lo hizo, fue para demostrarnos que eran unos seres amistosos, claramente superiores a nosotros en lo moral y en lo tecnológico (suya es la famosa frase "Toda tecnología lo suficientemente evolucionada es indistinguible de la magia") y, en resumen, eran los supervisores de nuestra evolución como especie. Esta idea de tutela moral es perfectamente visible en sus obras más importantes: 2001, Cita con Rama y El fin de la infancia. Junto con La ciudad y las estrellas, vendrían a formar su póker de obras de lectura obligatoria, pero me temo que la última no ha envejecido demasiado bien, y ya se le empiezan a ver los remiendos.
Como autor de relatos, se suelen recomendar los de Expedición a la Tierra, pero recomiendo mi devoción absoluta hacia Cuentos de la taberna del ciervo blanco, una serie de historias "de taberna", en las que un personaje imposible irrumpe en las vidas de los parroquianos para contarles películas a cuál más imposible, todas ellas basadas en extrapolación científica pura y dura, pero con la duda razonable acerca de si el narrador está como una regadera o, por el contrario, hay una base de verdad en lo que cuenta y, en efecto, está implicado en proyectos importantes. Puro humor inglés.
La vejez de Clarke, prácticamente recluido en su mansión de Sri Lanka, acusado de pederastia y entregado a la exploración submarina y las videoconferencias en directo para convenciones, tal vez sea lo menos lucido de su vida. Así pues, pasemos de puntillas sobre ella y centrémonos en la obra de un optimista que siempre quiso ver el vaso casi lleno, y a la Humanidad, acompañada y tutelada. Dicen que David Fincher va a dirigir la adaptación de su mejor novela, Cita con Rama. Sería un dignísimo homenaje, aunque llegue tarde.

No hay comentarios: